Diez preguntas: Jorge Chemes

“Lo mejor del trabajo legislativo es haber volcado en proyectos el conocimiento del campo”

Edición
981

Soledad Comisso

--¿Dónde nació? ¿Cuál es el mejor recuerdo que tiene de esa época?
--Nací en Rosario, y pasé gran parte de mi infancia visitando la ciudad de Hernández, donde, finalmente, me radiqué apenas pasada la adolescencia. Tengo los mejores recuerdos de mi niñez, que estuvo marcada también por grandes pérdidas. Mi padre falleció cuando yo era muy chico, así que las cosas no fueron fáciles. Tengo dos hermanas, que completan la familia.
De la niñez uno conserva muchos recuerdos, algunos más felices que otros.
Más tarde, cuando ya estuve al frente del campo, una de las mejores cosas que pasó entonces, fue el aprendizaje del trabajo, las ilimitadas posibilidades de generar lazos solidarios y de aprender en el terreno. Había que pelear contra varias cosas, entre ellas, la voracidad de los bancos, que tenían el mismo apetito fiscal que hoy tiene el gobierno. Tengo muchos buenos recuerdos, yo era adolescente cuando me hice cargo del campo y el aprendizaje fue mano a mano. Uno no venía con un marco teórico, venía a trabajar y a hacer de eso una profesión, pero el aprendizaje empírico está dado por un igual, no como el académico que viene de la mano del docente. Esa experiencia traba una relación humana con el otro que hasta hoy, creo, que es una de las cosas más importantes y que por suerte, conservo.

--¿Qué es lo que más le gusta del campo?
--Lo que más me gusta es el fuerte sentido social que tiene este trabajo. Producimos alimentos y eso obliga a tener una profunda responsabilidad como productor, porque nuestro trabajo tiene como destinatario el otro.
Tiene, a su vez, mucho de riesgo. La imprevisibilidad del clima es nuestro socio. Es cierto que ganamos, pero nadie habla de que cuando perdemos, muchas veces, perdemos todo. Yo no veo cuál es el problema de que nos vaya bien, porque cuando nos vaya mal el gobierno tendrá que replantearse su economía y modelo.
Trabajar en el campo es poner el hombro todos los días. A veces sale bien y a veces no, pero si tengo que definir qué cosas son las que más me gustan, debo decir que es un trabajo social en el que no perdemos de vista al otro. Detrás de ese trabajo, que hoy todos sintetizan como “el campo”, hay familias y una trama social que depende directamente de nuestro trabajo. Esto se advierte con más claridad en los pueblos. También en los pueblos disfrutamos de un vínculo laboral que lamentablemente va a desaparecer si este gobierno insiste con su torniquete fiscal. Lamentablemente, hoy se habla del campo sólo en términos económicos, pero quienes estamos desde toda la vida en esta actividad, sabemos que hay otros lazos que apuntalan el esfuerzo.
Nadie habla del trabajo duro, de las familias que a veces pierden todo por un granizo, de las mujeres que aguantan los madrugones de las cuatro o cinco de la mañana para acompañar el ordeñe. Vivir el campo es vivir, seguramente como en muchos oficios, una realidad que dista bastante de la que muestra el gobierno.

--¿Qué significó la protesta del campo de 2008 para usted?
--La experiencia de la protesta del 2008 marcó un antes y después en la política y en la relación del campo con la política. Claro está, que también para mí fue un punto de inflexión. Han transcurrido algunos años, no pudimos asimilar políticamente ese hecho, pero, sin dudas, marcó un límite.
Hoy, la relación entre el campo y el gobierno es más tensa que en la 125, pero ahora es menos visible nuestra crisis. De todos modos, ese hecho, con el que derrotamos al kirchnerismo, marcó, claramente, que las cosas se pueden cambiar. Lo hicimos una vez, y estamos convencidos de que podemos hacerlo nuevamente.

(Más información en la edición gráfica 981 del 20 de diciembre de 2012 de la revista ANALISIS)

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