Al enemigo, ni justicia

Antonio Tardelli
No es una distorsión que deba ser atribuida con exclusividad al peronismo kirchnerista. En degradé, con ligeras variantes, el poder democrático se ha comportado de modo parecido. Pero el oficialismo deslumbra hoy aplicando la deformación con una prolijidad suprema.
El gobierno razona de un modo que desconoce el carácter plural de la sociedad.
Incapaz de abandonar sus parámetros específicos, entiende que su lógica es la que orienta el comportamiento de todos y cada uno de los actores sociales.
Es un despropósito.
Si uno se detiene a pensarlo, estremece.
Lo que expresa la actitud del gobierno –algo insólito a esta altura de la democracia consolidada– es su desconocimiento del carácter abierto y heterogéneo de una sociedad.
Tiene razón la Presidenta cuando se queja de que en la Argentina se discute hasta lo obvio: el acuerdo de convivencia entre distintos, entre los miembros de la sociedad plural, es –se supone– el presupuesto del ejercicio democrático.
No es su objeto, su fin, su desembocadura. Es el arranque. Es el punto de partida.
Pero el gobierno se enoja con la esencia diversa de una sociedad multicolor.
El país no se dirige a ninguna dictadura ni nada que se le parezca.
Pero allá abajo, en el exacto lugar donde se ordena a la lengua que comience a perorar, en el preciso sitio donde se decide la acción, anida un pensamiento de raíz autoritaria.
A los izquierdistas, ahora entrenados en el arte de descalificar a quienes observan la vida por fuera del Estado burgués, los fastidian las irreverentes manifestaciones autónomas.
(Más información en la edición gráfica número 991 de ANALISIS del 29 de agosto de 2013)