La política, que obrando peca, también peca por omisión

Antonio Tardelli
No estaría del todo mal, sin embargo, que solicitaran las dispensas del caso por algunas de sus obras. Los ciudadanos padecen, muchas veces en silencio, las acciones de sus representantes. Las sufren a veces por sus efectos materiales, cuando las decisiones de los gobiernos provocan penurias, o cuando generan una decepción al no corresponderse con las palabras que de ellas pretenden dar razón. Pero felices podrían permanecer los ciudadanos si sólo a merced de las concretas acciones de los políticos debieran estar. Las últimas semanas entregaron acabados ejemplos de que también deben sufrir sus omisiones. Una serie de sucesos recientes han tenido su origen en cosas que los políticos han dejado de hacer. Se produjeron como consecuencia de determinada quietud.
La inacción puede ser, que no se diga, una gran cosa. Como el futbolista que provoca una ocasión propicia con el único recurso de no tocar el balón, abriendo sus piernas para que corra el esférico y producto de la sorpresa se produzca una situación favorable, a menudo el político cumple noblemente su misión quedándose absolutamente quieto. No haciendo nada. Está bien responder pasivamente ante una presión indebida. Está bien no recorrer los caminos que recomiendan los actores y los intereses más egoístas. Está bien que el transcurso del tiempo solucione solito, por su cuenta, asuntos que una intervención directa podría agravar. La omisión puede ser una sabia medida. Pero puede ser, también, el origen de muchos males. De eso se trata.
(Más información en la edición gráfica número 1059 de la revista ANALISIS del miércoles 24 de mayo de 2017)