Entrevista a Mario Martínez sobre su puesta en escena de la obra de Florencio Sánchez

Clásico renovado: M’hijo el dotor

Edición
1065

Por FernyKosiak

El cambio de actos no existe, la distancia con la puesta original necesita de nuevos recursos y de nuevas velocidades dramáticas, por eso la puesta de Martínez propone un único acto: aquí no hay un telón que se cierra y se vuelve a abrir sino que el corte está señalado por una iluminación plena, blanca y fuerte acompañada por un tañido. Se abandona la iluminación intimista, se abandona la ficción por un breve momento, los personajes vuelven a ser actores que acomodan elementos sobre el escenario. La disposición de los cuerpos a lo largo de la obra es un elemento que no puede descuidarse: el público ingresa a la sala y los personajes están quietos sobre las tablas, con las miradas fijas al frente, puestas en todos y en nadie. Avanzan lentamente hacia el proscenio hasta que la acción comienza. Cada inicio o final de acto tiene un cuerpo en espera, un cuerpo en quiebre en un espacio despojado y prolijo, donde la simpleza escenográfica pone el acento en el cuidado vestuario y en las actuaciones.

Mario Martínez dirige M’hijo el dotor y realiza una nueva gran producción como ya ha hecho con La casa de Bernarda Alba, Pedro Navaja, Doña Rosita la soltera, Madre Coraje. ANÁLISIS dialogó con el director sobre este último estreno.

—Me llamó mucho la atención la diagramación estética del espacio, el cambio de personaje a actor, el mostrar ese detrás de escena breve…
—Eso tiene que ver con lo que Bertold Brecht denominaba el “distanciamiento”. Él quería que sus obras no emocionaran (más allá de que terminaran haciéndolo); prefería que el espectador reflexionara, que no perdiera su raciocinio al ser arrastrado por una angustia, sino cortar y señalar el juego, la ficción. Esos espacios de la caja blanca pretenden un corte que acompañe al espectador en el recorrido del relato. Me gustó mucho haber encontrado ese recurso porque refuerza la continuidad de lo que estamos contando. Y el público lo entendió como un momento en que se destruye el personaje y se ve al actor. Todo se vuelve a preparar, la obra se retoma y está el personaje de vuelta. M’hijo el dotor es minimalista al máximo, no tiene escenografía corpórea pero de todos modos se utiliza toda la amplitud del espacio del escenario del Teatro.

(Más información en la edición gráfica número 1065 de la revista ANALISIS del jueves 24 de agosto de 2017)

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