Amigos con derecho a roce

Antonio Tardelli
El lucro, explicaba Weber, era el resultado de una serie de cálculos de capital. Desde el presupuesto inicial hasta la liquidación final, el empresario debía seguir una serie de pasos de carácter racional. Tal era, postulaba, la esencia del capitalismo occidental, diferente del experimentado en otras partes del mundo, y dotado de variables grados de racionalidad. Según el autor de Economía y sociedad, la clave del capitalismo es que se trata de una actividad regida por las normas del cálculo.
Eso era lo que había hecho al capitalismo occidental diferente de otros. Distinguía el pensador alemán: siempre ha habido prestamistas que operaron con los gobiernos. Y siempre ha habido empresarios coloniales. Y siempre ha habido quien comprara los cultivos de las plantaciones esclavistas. Y siempre han existido los especuladores. El “capitalista aventurero”, subrayaba, era una figura harto conocida. Sus negocios se fundaban, por ejemplo, en la violencia. No eran racionales. Respondían a otra lógica. El capitalismo aventurero debía su prosperidad a las guerras, a la política y a la administración. Ese era su secreto.
Weber hablaba para otra sociedad y en otro tiempo. Pero su referencia a los negociantes que prosperaban por fuera de los mecanismos de funcionamiento del mercado, supuestamente puros, y multiplicaban su riqueza merced a su proximidad con los gobiernos y a las prebendas que de ellos obtenían, parece aplicable a la módica discusión que han sostenido en la Argentina durante las últimas semanas los representantes del poder económico con el gobierno por lejos más identificado con sus valores en muchísimo tiempo.
(Más información en la edición gráfica número 1074 de la revista ANALISIS del jueves 15 de marzo de 2018)