Que nadie tire la primera piedra

Jorge Riani
El Partido de Dios está abajo en las encuestas y a eso, la institución de Roma lo sabe. La parte política de la bimilenaria iglesia de la cruz, no la metafísica, no la invisible, no la que habla de cosas que, dice, ocurren arriba de las nubes, sino esta otra que tiene entre nosotros estatutos de nación, privilegios de reyes sus jerarcas, voz y voto en varios estados del mundo occidental, esa iglesia, decimos, está devaluada en relación con la fuerza que supo amasar.
La sucesión de escándalos de hombres ligados vincularmente a la Iglesia católica ha contribuido a horadar el poder político de la que siempre hizo gala. Y ese poder está tan erosionado que ni siquiera logró frenarlo la designación de un papa argentino, algo absolutamente impensado hace algunos años cuando la lógica del poder era otra y no la de retener feligreses ante un desbande de feligreses que emigran a otras religiones o bien a ninguna de las que ofrece el menú de creencias.
ANÁLISIS trató ya el modo en que mermó la matrícula en el Seminario Arquidiocesano desde que estallara el escándalo de los abusos seriales entre sus muros, y más allá también, ejecutado por los hombres de mayor confianza de la principal autoridad clerical en Paraná.
Hace exactamente cuatro años, este cronista firmó una nota que se tituló “Hay sequía en la viña del Señor”. En el artículo de aquel 2013 se indicaba que ese año ningún aspirante a convertirse en cura se había sumado al seminario de Paraná. “El fenómeno no es nuevo: tampoco el año pasado ni el anterior hubo ingresantes. Así, la población de estudiantes en la carrera sacerdotal de la Iglesia católica suma sólo 23 jóvenes en el Seminario Nuestra Señora del Cenáculo, instalado en Paraná. En Concordia la situación es más crítica para la Iglesia Católica, debido a que son solo once los jóvenes que estudian en el seminario de esa ciudad. En la santafesina localidad de Rafaela, otro de los seminarios de la región, hay ocho estudiantes”, escribimos.
El avance de las leyes civiles acorde a las costumbres, a las necesidades, al progreso de las sociedades altera los ánimos de la Iglesia y eso no experimentó ningún cambio en estos, nada más ni nada menos que dos mil años.
Cuando el gobierno de Raúl Alfonsín, consagrado por el voto de un pueblo entusiasmado con dejar atrás la dictadura cívico-militar, presentó el proyecto de ley para que los esposos y esposas se pudieran divorciar por la sola decisión de uno de los integrantes de esa sociedad conyugal, la Iglesia lanzó una decidida guerra contra el oficialismo y contra toda fuerza política o social que apoye la iniciativa.
La historia ya es conocida: la Argentina salió del pasado y adecuó, muy tardíamente, por cierto, su legislación a la realidad. A esa realidad que no necesita de leyes para expresarse. Hace más de 30 años que rige la ley de divorcio, y en los archivos quedaron las cataratas de insultos propinados por hombres de la Iglesia que, se supone, deben tener más templanza que cualquier otro.
(Más información en la edición gráfica número 1076 de la revista ANALISIS del jueves 19 de abril de 2018)