El Presidente y los requisitos de Maquiavelo

Antonio Tardelli
Luego de tanto encierro, recuperadas algunas libertades, los ciudadanos corroboran en el espacio urbano lo que las estadísticas anticipaban. Los gurises que piden una moneda o reparten estampitas deambulan entre las mesas de los reabiertos bares. Los hedores que de pronto emergen en alguna calle avisan que alguien, una madre o un padre, un adulto o un menor, ha levantado la tapa de un contenedor para ver qué desecho de otro, qué desperdicio de un semejante, será de provecho para sobrellevar un tiempo que multiplica las privaciones.
La pandemia ha hecho su trabajo. A la enfermedad de la pobreza se ha sumado la pobreza de la enfermedad. A la miseria añeja, la añadida. La calle entrega señales. Aporta indicios. Son las evidencias de que en efecto ocurre lo que las estadísticas cuentan que sucede. La novedad se verifica en un diciembre atípico, tan angustiante como inédito, en que además cumple un año el gobierno del Presidente Alberto Fernández. Es convención: el primer aniversario y el fin de año invitan al balance.
De perogrullo: no es culpa del Presidente Fernández la existencia misma de la pobreza. No son atribuibles a su gestión esas dolorosas postales callejeras. La miseria de una sociedad es asunto de toda ella y el gobierno, cómo no, concentra desde ya su cuota de responsabilidad, la que asumió al hacerse cargo de los destinos colectivos, cosa que por lo general se hace prometiendo una serie de acciones milagrosas que enderezarán la vida. Sin embargo, el desastroso cuadro social no ha tomado forma tan sólo en el último año.
(La nota completa en la edición 1117 de la revista ANALISIS del jueves 17 de diciembre de 2020)