
Mariposas (Foto: Sheila Da Silva).
Por Roberto Romani (*)
Todo está como era entonces, diría Olegario, que goza con la casa, calle y río de sus provincianas horas. Pero no advierto en el cielo de lucidez candorosa el movimiento encantado de alitas motivadoras; y en lágrimas de nostalgia extraño las mariposas.
Aquellas que ilusionaron las primaveras sonoras, y volaron hacia el monte iluminando la fronda. Muy pequeñitas algunas, multicolores las otras, atendiendo el juego eterno de libar flores hermosas, después de aguardar la vida como ninfas silenciosas.
Pero yo llevo en el alma la danza que siempre nombra por el espacio celeste a mis blancas redentoras, las mismas que saludaban nuestra marcha cadenciosa, en el camino a la escuela, entre solapa y palomas.
Suaves, cándidas y libres las sentí junto a mi sombra, en giros interminables rumbo al misterio que logra levantar sobre la tierra una risa contagiosa.
Pero ahora que fui lejos con un corazón que añora mañanas de golondrinas y rumores de la costa, no puedo vivir el río y el tiempo de sol y ronda, porque en la lluvia que sigue después del canto y la rosa, en lágrimas de nostalgia, extraño las mariposas.
Como extraño las caricias de una mujer luminosa - panambí de la alegría, resuelta de gracia y sola - que olvidó en la despedida dos alitas temblorosas, que siguen girando en vano sobre un corazón que llora.
(*) Licenciado en Ciencias de la Comunicación, escritor, gestor cultural entrerriano.