
De ANÁLISIS
En el programa de televisión “Memoria Frágil” (Canal 9, Litoral todos los sábados a partir de las 20:30 y también por YouTube -www.youtube.com/@memoriafragiltv16), este sábado se abordó –para que evitar la injusticia que implica todo olvido- el aporte que hizo la comunidad de Santa Ana para que el país tuviera luz eléctrica y que nunca fue reconocida en la magnitud de ese esfuerzo y sacrificio
Los vecinos Oscar Drewanz, Luis Vago, Ángel Moreira, Ana María Barrios, Ángel Hermosa y Susana Caniglia le ponen palabras a sus sentimientos que están vinculados íntimamente a una identidad y a una raíz como pueblo.
Nadie mejor que ellos para recordar a sus antecesores, padres y abuelos que sacrificaron sus hogares y padecieron promesas que nunca se cumplieron como se formularon. No obstante, fueron parte de una generación que se quedó “para remarla” como dicen en el pueblo y hacer de Santa Ana un destino de grandeza.
La inmersión y el ascenso
La localidad de Santa Ana se encuentra en el distrito Mandisoví del Departamento Federación. Fue en 1979 en que sus pobladores, a raíz de la construcción de la represa de Salto Grande, se vieron obligados a vender a precio vil sus hogares y trasladarse a una nueva ubicación –inmediatamente cercana a la original- conservando el nombre, la memoria y agregándole un sinnúmero de promesas que nunca se cumplieron tal como fueron comprometidas. Pero de los 1800 vecinos que allí vivían, solo quedaron 600.
El vecino Oscar Drewanz recuerda su infancia: “Nosotros vivíamos en un poblado más abajo, en la vieja Santa Ana. Este es un pueblo típico, viejo, con varias necesidades, nos criamos en realidad sin luz eléctrica. Pero, hermosa infancia, muy linda… lindos recuerdo… en el año ´79, en realidad, cuando creció el lago tuvimos que venirnos para donde estamos actualmente ahora, ¿no? Y la verdad que una infancia hermosa, con varias necesidades, pero hermosa. El momento durísimo fue cuando tuvimos que cambiarnos, realmente. Porque te cambian toda nuestra vida, la escenografía, la salida que teníamos para Federación, teníamos la ruta a 5 kilómetros de acá, la ruta 14, ferrocarriles. Y eso fue, la verdad que fue un cambio enorme, fue un cambio duro. A mí me costó un montón, porque la familia de Santa Ana, muchos se fueron, la gran mayoría se fue, quedamos muy poquito. De hecho, creo que mi carnicería era la única y un almacén de Cecilia que todavía está, fueron los dos únicos que se quedaron. Otra cosa no había más trenes. Se nos cortó la ruta, la salida de la ruta, fue un cambio tremendo, la verdad, duro”.
A su vez Luis Vago –también vecino- aporta lo suyo con una cuota de orgullo por el Museo que preserva la memoria y parte del patrimonio cultural de la comunidad: “En estos momentos nos encontramos en la primera sala del Museo Municipal ´Pedro Ángel Hermosa´. Este Museo está en un inmueble que se salvó de ser… de haber quedado bajo las aguas del lago del embalse cuando se construye la represa hidroeléctrica de Salto Grande en el año ´79, que se procede a llenar el embalse. Está constituido por una colección privada que en su momento fue donado por el hermano de don Juan Zordán, ex Policía retirado, jubilado, a quien le interesaba todo tipo de objetos, todo tipo de colecciones. Por ahí mencionar que este Museo posee una de las pocas colecciones completas de ´Caras y Caretas´, está en otra dependencia, está muy bien cuidada. Y como decía, consta de muchísimos elementos, muchísimos objetos que fueron traídos de su lugar original, que era la casa paterna de la familia Zordán, y hoy por hoy están en exhibición para que el público, el turista, el vecino de Santa Ana pueda visitarlo y pueda conocer parte de la historia, ¿no?”.
El vecino Ángel Moreira aporta su memoria y su aprendizaje: “Yo estoy vinculado al viejo poblado de Santa Ana porque allá en el año ´79 tenía 12 años, participé –digamos-, desde el proceso del ´77-´78-´79, que fue donde se fue desmontando los campos, se fueron levantando la vía del ferrocarril, se fueron dejando toda la parte física que iba a tapar el lago… digamos, fueron sacando, demoliendo y también he participado en el traslado cuando se trasladó a la gente de aquí de Santa Ana que quedó debajo del agua”.
Ángel Hermosa, vecino y que fue docente en el poblado, recordó: “Viví en la vieja Santa Ana casi, y prácticamente, toda mi vida, casi… sacado donde he tenido que salir a trabajar en escuelas distintas, de distintos lugares, pero la mayor parte de mi vida la pasé en la vieja Santa Ana”. Y agrega: “Cuando baja el río, digamos, se ve todavía incluso donde mi casa, se ven incluso los troncos de las palmeras, el puente se lo sabe ver también, es decir, ha quedado muchos lugares para ver, digamos, de la vieja Santa Ana, de lo que quedó, digamos, la demolición esa, que incluso surtidores de agua que había, algunos lo han sacado y los trajeron por ahí cerca, y algunos hay todavía”.
Los tiempos de la fundación
Antes de ser Santa Ana, fue una estancia ganadera fundada en 1848 por Santiago Artigas, quien respondió a un mandato del gobernador de Entre Ríos, Justo José de Urquiza. Una sucesiva venta de tierras, terminaron siendo compradas en 1896 por Cupertino Otaño; quien impulsaba un desarrollo inmobiliario. La historia registra que, para adquirir esas tierras, obtuvo un crédito de la Sociedad de Mandatos y Afines del Río de la Plata. Luego diseñó el casco urbano en 55 manzanas atravesadas en su corazón por las vías del Ferrocarril General Urquiza.
La Estación Santa Ana fue construida con aportes de los vecinos en 1889. En 1901 se bendice y entroniza a su patrona Santa Ana, tomando así el nombre definitivo de este poblado, cuya festividad se celebra todos los 26 de julio por el santoral católico.
La vecina y docente jubilada Ana María Barrios, rescata: “Hay muchísimos recuerdos de aquellos entonces. Éramos un pueblo pequeño pero muy unido. Nos ayudábamos unos con otros. No éramos vecinos, éramos hermanos. Estábamos siempre para las fiestas y la no fiesta; para los cumpleaños y no cumpleaños; para las mateadas, para las conversaciones de la tarde, para el buen día de la mañana. Era muy lindo y entonces ahora se extraña eso, porque el pueblo se ha entreverado con mi generación y con las nuevas generaciones. Yo trabajé 30 años en esta escuela, así que tengo alumnos papá, abuelos, bisabuelos y conservo los mejores recuerdos. Mi lugar de trabajo fue un lugar maravilloso. Mi equipo de trabajo fue un equipo maravilloso que me dejó aprendizajes y enseñanzas, amor y cariño. No solo ellos, sino todos, todos los alumnos que tuve. Tuve muchísimos alumnos porque trabajé en primaria y secundaria. Entonces, también fui profesora de la primera promoción de alumnos de la escuela secundaria de Santa Ana, la que ya se hizo después del traslado, ¿no es cierto? Porque anteriormente hubo una primera escuela secundaria nocturna. Bueno, esta era diurna. Fueron experiencias maravillosas que recogí en mi vida y que me dejaron un profundo recuerdo, recuerdos maravillosos. No conservo recuerdos tristes. Mis alumnos hoy son hombres, padres, personas adultas maduras y el otro día tuvimos un encuentro recordando eso, aquella primera promoción de alumnos con profesores y alumnos. Realmente me sentí maravillosa, maravillada. Me sentí también. Hubo un chico que dijo, yo no soy no sé qué. ¡No! No hubo oportunidad en ese momento de decirle, sos una persona, sos una buenísima persona, pues fue lo que cosechaste de tu familia y de tus maestros y de tus profesores. Entonces, no hay que decir que porque yo no pude continuar estudiando o yo no pude llegar. No, yo de los chicos de Santa Ana estoy orgullosa, me siento orgullosa y he ayudado después de mi jubilación unos 20 años dando clases, colaborando. Este… bueno… ahora ya por problemas de salud no lo puedo hacer. Pero, vivir momentos maravillosos como los que vivimos el otro día, hace un mes acá, encontrándonos aquellos viejos profesores igual que yo, viejos en el tiempo, ¿no?”.
Luis Vago retoma la memoria con algo personal: “Mi caso particular, lo debo decir, no soy nacido en Santa Ana. Sí la conocí desde siempre porque mi padre tiene lazos familiares, está vinculado a familias tradicionales de Santa Ana, y la conocí desde muy pequeño. En mi época adolescente, estudiante, tomaba el tren, el famoso Coche Motor, como le decían, en la vieja estación de Santa Ana. Y la vida, el destino quiso que por ahí hoy esté acá, viviendo en esta comunidad, a la cual le agradezco muchísimo, y a quienes confiaron en mí para este lugar. Y la vinculación mía surge, se genera un vínculo, más que nada, de respeto, confianza, de trabajo con la gente del pueblo, con los intendentes, con los colegas funcionarios, pero en su mayor parte con la comunidad, con los estudiantes, con los chicos, la gente de la escuela a los cuales visitamos y ofrecemos lo que hoy estamos observando en estos momentos”.
Oscar Drewanz –que continúo con la carnicería familiar- destacó: “Yo para esa época tenía 21 años, había terminado la escuela secundaria, que acá es la primera promoción de egresados de Santa Ana. Y fue en el año ´79 que nos vinimos, en la fecha exacta no me acuerdo, pero fue en el año ´79… duro… vivíamos en un rancho y vivíamos a una casa con muchas mejores comodidades que en esa época… pero la adaptación fue terrible. Y hubo gente que la verdad la pasó muy mal. Mis padres que eran grandes la pasaron mal, mal porque cambiaron todo, les cambió toda la escenografía, le cambió la casa. Pero, bueno, de a poco nos fuimos adaptando… y no había un árbol en Santa Ana porque en esa época con la construcción del nuevo pueblo arrancaron todo… era desolador el panorama… era desolador… De hecho, mucha gente… yo la verdad no me fui porque no tenía nada planeado, no tenía cómo, dónde y me quedé acá… me quedé a pelearla”.
Ángel Hermosa, que además de docente fue director de escuela, aporta: “En la vieja Santa Ana, yo hablando más de mis padres, que cuántos años estuvieron… 40-50 años, eso emocionalmente los trastocó, lo dejó muy mal, porque ya estaban radicados cuántos años en esos lugares y cuando se vinieron para acá ya cambió, porque, por ejemplo, mis vijos tenían una casa inmensa, un jardín inmenso, es decir, mi mamá fue la que más sufrió ese cambio, que si se quiere también ¿no? Después ya no vivió muchos años acá, es decir, que a la gente de edad le resultó emocionalmente muy triste, digamos, la situación es… Y Santa Ana en aquel entonces, bueno, era como todo pueblo chico… se contaba con la panadería, la carnicería, una Estafeta de Correos, el Club Social y Deportivo Santa Ana, la Comisaría, la Iglesia, y bueno esas más o menos las instituciones que había en Santa Ana y las fiestas eran también pocas, sacado los bailes los 26 de julio, es decir, que, y bueno ahora con la nueva Santa Ana ya también ya cambió. Por supuesto que es mucho más linda, ¡sí!, ¡mucho más linda! Para nosotros, en fin, que éramos más jóvenes y todo, nos gustó mucho más, pero para la gente de edad que tuvo que radicarse acá, la verdad que no”.
Algo más que un desplazamiento
No fue solo el desplazamiento de un pueblo. También fue una rotunda modificación de un paisaje litoraleño por el ensanchamiento y el nuevo cauce que se le daba al río Uruguay para crear el espejo de agua, ese lago artificial conocido como “Salto Grande” y que con la represa generaría energía eléctrica.
Ángel Moreira es muy elocuente: “Hacíamos el traslado de la gente donde traíamos todos sus muebles, sus pertenencias, inclusive había mucha gente que quería traer hasta, por ejemplo, aquel detalle del aljibe, que es lo que recuerdo, que traían… hubo gente que también trajo, esto es una cosa increíble, ¿no? … hasta su sapo que tenían en su casa los había traído y los hizo cargar en un baldecito que le carguemos los sapos y, bueno, son esas anécdotas que nos quedan, ¿no? de aquel Santa Ana del ´79”.
Ángel Hermosa retoma sus recuerdos: “No todas las veces voy… pero, uno sí va a ver, digamos, porque, en fin, traen hermosos recuerdos y más los recuerdos cuando pienso en mis padres, digamos, lo que yo la vi sufrir a mi madre, que ella cambió completamente desde el momento en que tuvo esa noticia de que salía todo esto y que su casa iba a desaparecer. Por eso, debe decirse algún encontronazo de emociones, de cosas tristes y alegres. Uno, porque era joven no lo tomaba tan a pecho, pero alguno al recordar más en mamá, porque a papá casi no lo afectó tanto, pero a mamá sí, la afectó mucho y por eso después… en fin, prácticamente la tuvimos enferma muchos años. Pero, bueno, todo por el adelanto, digamos, de que hubo muchas promesas, digamos, más para Santa Ana que -como le dije-, eso como decía usted, lo que hace a la luz eléctrica, por ejemplo, la energía eléctrica, que iba a ser muy económica y para las industrias y todo, y que quizás con eso también a lo mejor este pueblo hubiera resurgido más, pero la verdad… que gracias a Dios ahora tenemos un pueblo asfaltado y todo. La verdad que los adelantos sí han sido notables en ese sentido”.
Ana María Barrios agrega: “Nosotros nos enteramos desde el municipio, que llegó una chica que andaba haciendo un censo y avisando de este nuevo emplazamiento y de las nuevas viviendas proyectadas para Santa Ana. Ahí empezamos a ponernos en alerta. No sabíamos mucho porque no se obtuvo en Santa Ana mucha información. Fue algo un boom rápido, pero no nos no nos dio tiempo a razonar, a madurar el proyecto, a pensar, perdemos esta casa, nos llevan a otro lugar, a dónde nos llevan… Este… sí, dolió mucho. Fue triste y ahora tenemos otras cosas allá no las teníamos. Tenemos progreso, tenemos luz eléctrica desde el 1974 tenemos luz eléctrica, tenemos edificios públicos, tenemos escuela primaria y secundaria. Los chicos hoy pueden hacer el taller que más les guste. Antes no teníamos opción. Era, lo poco que absorbía era Escuela, Policía y la gente que salía a trabajar la citricultura... Dejarlo generaba tristeza y mucha tristeza porque yo no viví tanto tiempo en esa casa. Me había casado recién, en el año ´74, y mis padres vivían a una cuadra… que la casa de mis padres sí existe. Entonces, tal vez yo no viví como vivieron los que tenían una casa. Yo tenía dos porque la mía y la de mis padres cerquita la tenía a mi mamá y a mi papá. Pero, están los que estaban solos, los matrimonios solos. Muchísima gente que trabajaba en el ferrocarril, que era otro punto que absorbía con trabajo cubriendo las necesidades de las personas. Entonces, esa gente estaba mucho más triste y más dolorida que yo, porque no sabían adónde los llevaban, qué casa les iba a tocar. Esa era la gran pregunta, ¿cuál será mi casa?”.
A su turno, Luis Vago aporta el sentido de solidaridad de los vecinos: “Los vecinos, la comunidad en sí, muy comprometidos con este hecho trascendental que marcó por ahí la vida de muchos, de la mayoría, han colaborado, se han ayudado mutuamente. Era una comunidad humilde, muy trabajadora, muy esforzada, y le han puesto el hombro entre todos desde los más pequeños hasta los más ancianos, los mayores, nuestros venerados mayores. En acompañar ese tránsito que fue el traslado, por ahí dejar las raíces sepultaba bajo las aguas del lago. Fue doloroso, es un sentimiento que, a pesar de haber pasado 42-43 años, no los abandona. A quienes por ahí hoy ya no los tenemos entre nosotros también los acompañó hasta el final de sus días, quedó, en su memoria. No había forma de que dejen de recordar en algún momento, en alguna oportunidad, en alguna reunión, en algún encuentro ese hecho que quedó tan marcado. Y los vecinos siempre han sido muy serviciales, muy gentiles, se han ayudado mutuamente para que -entre todos-, sea un poco más llevadero ese momento… esa instancia que significó dejar el solar natal después de varias generaciones. Tenemos que tener en cuenta que Santa Ana oficialmente es desde el año 1897, a través de su fundador, Cupertino Otaño. Pero, anteriormente ya había asentamiento de antiguos pobladores. O sea que arrastrar eso, llevarlo a al nuevo lugar, al nuevo hogar, significó un antes y un después. Siempre la gente volviendo a la orilla del lago a ver si podía identificar su lugar, su casa, su rancho. Eran manzanas en que por ahí no estaban un 100 por ciento ocupadas, sino por ahí la cantidad de viviendas eran mínimas, pero era su lugar”.
Ángel Moreira se suma: “Cuando las aguas bajan, nosotros bajábamos a ver nuestros lugares… este, yo personalmente me ubico en desde la estación, el ferrocarril, el Correo donde estaba una panadería tradicional de la época, que era muy famosa. Personalmente, me voy ubicando con todos los lugares, este, inclusive ahí le voy contando a mis hijos… de hecho, inclusive la casa nuestra está todavía están las bases”.
El pueblo bajo el agua
Miles de hectáreas quedaron bajo el agua en la localidad de Santa Ana, en el Departamento Federación. Lo mismo que sus hogares, sus comercios, sus empresas, sus instituciones como comunidad: la escuela, el correo, la iglesia, el ferrocarril, la ruta que lo comunicaban con otras localidades.
Ángel Moreira no olvida y siente siempre: “Era muy triste, muy triste, este, yo lo he comprobado en la familia. Yo me acuerdo, mi abuela en el año ´76, ella nos comentaba de esto y nos decía que (Juan Domingo) Perón había firmado el decreto en el año ´46 con la República Oriental de Uruguay para esta represa, pero ella nos decía que eso nunca iba a suceder. Llegó el año 78-79 y, bueno, este, sucedió lo que sucedió, lo que lo que vemos hoy, y fueron momentos muy tristes, muy ´nostalgiosos´, porque tenían que dejar su casa. Uno, yo con esa edad, ver demoler las casas, este, quedarnos sin comunicación. Nosotros teníamos una comunicación diaria… diaria… con dos frecuencias con Monte Caseros-Concordia a través del Coche Motor, y teníamos una comunicación también diaria en el tren de pasajeros que era Posadas-Federico Lacroze. Además de eso, acá Santa Ana era un centro poblacional donde se cargaba todo lo que sea animales, frutas y arena que se mandaba a Buenos Aires”.
Oscar Drewanz, no olvida e interpela: “Y con la promesa de que nosotros con Salto Grande íbamos a tener innumerables ventajas. La verdad que íbamos a tener muchas ventajas. Esa era la promesa, que la luz eléctrica la íbamos a pagar prácticamente nada, que las regalías de Santo Grande la iban a volcar acá en Santa Ana, Federación, que eran los pueblos más más perjudicados. Pero, en realidad no, hasta el día de hoy, no. La luz, no. Nunca. Nosotros, después de 20 años olvidados acá, esa es la verdad. Hasta que después vinieron estos gurises jóvenes con ganas, realmente nos posicionaron un poquito. Consiguieron traer el asfalto, que eso fue fundamental, ahí cambió la historia de Santa Ana. Y exigirle a Salto Grande lo que nos debía, y los que nos debe Salto Grande, porque, aunque parezca mentira somos pocos los que quedamos, pero la pasamos mal, nos cambiaron… yo tenía 21 años, nos cambiaron la vida para hacer esta historia y Salto Grande nos prometió mucho y nos dio poco. Esa es la verdad”.
Ana María Barrios se suma con su recuerdo al dar cuenta que cuando las aguas bajan asoma todo: “Asoma el pueblo, aparece la luz. Aparece la luz a nuestros ojos, la alegría, la nostalgia, la tristeza, la comparación, porque desde… yo veo desde acá, desde donde me siento en el comedor, alcanzo a ver hasta el puente. Teníamos el viejo puente sobre el Arroyo Sauce, por donde se transitaba, se salía para ir a Chajarí, Concordia, Buenos Aires. Se ve la parte del puente, la parte superior, por supuesto. Se ven las cortinas de eucaliptos. Había unos eucaliptos gigantes que han dejado sus raíces incrustadas en la tierra para que no los olvidemos. Y muchas cosas más. Están las casas, están los pisos de muchísimas familias, ahí también hay un surtidor que debe estar enterrado porque eso sí tenía Santa Ana: tenía expendio de combustible, tenía Correo, tenía distintos comercios, había un colectivo que pasaba también, que entraba y salía”.
Y Luis Vago hace observar el éxodo sufrido: “Originariamente Santa Ana cuando se cumple esta profecía de que el lago iba a inundar gran parte, un 60 por ciento lo que era el antiguo poblado de Santa Ana, la cantidad de habitantes oscilaba entre los 1.800-1.900 personas. Luego de que el Estado compra las propiedades, las evalúa, algunos optaron por quedarse, los menos; y la gran mayoría, buscando nuevo horizonte, nueva fuente de trabajo, en su gran mayoría familias jóvenes, emigraron. Emigraron porque veían que el futuro era incierto, no había una certeza de que Santa Ana iba a mantener o resurgir lo que fue antes la posibilidad de que el pueblo, como ha pasado en varios pueblos de nuestra querida provincia de Entre Ríos, que han desaparecido, estaba latente y, como te digo, no había garantías que le ofrezca a las nuevas generaciones y a los mayores esa certeza, esa tranquilidad de una estabilidad, más que nada en lo laboral, en lo económico y, por supuesto, con su impacto en lo social”.
La angustia de perder el hogar
Llantos, angustias, tristeza, dolores que no encontraban su palabra y esa sensación de estar perdiendo las raíces de una identidad. Para males, tampoco tuvieron esos vecinos espacios para reclamar. Era 1979, plena dictadura militar. El terror también manejaba los silencios.
Sin embargo, en las huellas de esas aguas quedaron impresos e imborrables un sentimiento de pertenencia que aún hoy perdura, pese a que no todos saben que Santa Ana fue sumergida –como Federación- para que todos los argentinos accedieran a la energía eléctrica.
Ángel Moreira refleja cómo -en alguna medida- se sintieron engañados: “Recuerdo que mi papá nos comentaba que el valor que se pagó en ese momento a los propietarios era un valor fiscal. Ellos habían hecho algún reclamo a través, digamos, de un abogado y nunca tuvieron éxito. Tuvieron que aceptar ese monto propuesto. No olvidemos que esa época era gobierno militar, había que aceptar lo que se daba y a nosotros prácticamente no nos sirvió para comprar otro campo de esa magnitud, por ejemplo. Pero, así pasó con varios de los que han quedado damnificados por la represa Salto Grande. Y otra cosa que uno por ahí también se acuerda: el tema de la de las promesas. Sí, no solo que nos habían prometido la energía más barata, sino también una comunidad, una población que esté conectada, que eso no existió. Nosotros tuvimos más de 25 años sin tener el asfalto, por ejemplo. Quedamos sin teléfono en esa época, quedamos sin el ferrocarril y bueno, e hicieron -para decirlo así vulgarmente- un puñado de casa y nos dieron así nomás, porque no tenía ninguna obra de infraestructura. Eso fue lo que se lo que sucedió en esa época. No así, por ejemplo, Federación, que nosotros siempre lo comparamos. Federación es una ciudad moderna, moderna para la época, creo que era la más moderna del mundo. Tenía, por ejemplo, desde la instalación eléctrica todo subterráneo, cloacas, que, bueno, todos los servicios que, digamos, requiere una ciudad de estas de esas características, ¿no? A nosotros, eso con nosotros no sucedió”.
Oscar Drewanz aporta también su testimonio en el mismo sentido: “La vieja Santa Ana era, ya te digo, era, por supuesto, eran otros tiempos, era muy distinto. Nosotros, por ejemplo, los bailes que se hacían en el Club Santa Ana eran espectaculares. Esperábamos todo el año un baile en el Club, teníamos una salida, ya te digo, a 5 kilómetros de acá, estábamos cerca de Federación, cerca de Chajarí, la ruta 14 acá, venía, teníamos la colonia que estaba del otro lado, que quedó también del otro lado. Las fiestas en la Capilla eran multitudinarias, y nosotros nos pasamos jugando a la pelota… había baldíos de sobra… estudiando… La verdad que tenemos, y Santa Ana más allá que se corrió un poco para arriba, pero fue muy distinto todo, la geografía, la salida, todo”.
Ángel Hermosa señala: “Digamos, de promesas del gobierno militar que hicieron, no se cumplieron, no se cumplieron… Éramos cinco hermanos, ya mis hermanos varones ya habían también emigrado, mis hermanas también… casi estaban quedando prácticamente yo nomás con mis padres. Entonces, dije, bueno, el sacrificio y las veces que quería verlos a ellos y no he podido verlos porque, en fin, tampoco la situación de mis padres no era muy buena. Entonces, por eso decidí quedarme en mi pueblo para estar más cerca de mis padres”.
Ana María Barrios dice con emoción y orgullo: “Yo di clase en la vieja población, pero en un centro de adultos. Feliz de haberlo hecho. La mayoría de las personas, la mayoría de mis alumnos eran las personas que trabajaban en vía y obra ferrocarril, Ferrocarriles Argentinos. Volvían de sus trabajos a las cinco de la tarde y a las seis de la tarde estaban en el lugar donde yo daba clase. Los llevaba a rendir a Federación porque eso era un protocolo para poder aprobar e ir pasando de grado. Y personas de 50-60 años aprendían con una facilidad, porque tenía todos los grados, a leer, a escribir, sumar, restar, como se enseñaba tradicionalmente, no como ahora. Los problemas de regla de tres, capital, interés, porcentaje, tanto por ciento. A mí me dejaban admiradas, sorprendidas. Bueno, el día que había que ir a rendir salíamos dos autos y después esperar unos días y volver… tener la satisfacción, porque cumplí con mi deber. Todas esas personas terminaron su escuela primaria en ese centro de adultos”.
Luis Vago reflexiona en voz alta: “La juventud por conocer nuestro pasado, nuestros orígenes, nuestras raíces hace que por ahí sea un poco inquieto. Me gusta mucho conocer y reconocer el lugar donde vivo, los lugares donde nuestros antepasados tuvieron su vida. Y yendo más para atrás a nuestros pueblos originarios, los auténticos dueños de estas tierras y hoy por hoy la posibilidad que a través del trabajo de erosión que realiza el lago nos permite ir descubriendo, apreciando, rescatando y valorizando más que nada vestigios de esas comunidades que no eran pocos y que supieron poblar más que nada las costas de nuestros ríos, arroyos, lagunas, ir conociendo por ahí su hábitat natural, investigando mucho, intercambiando opiniones con gente que sí sabe. Simplemente nosotros hacemos una forma autodidacta y con el simple propósito de, como decía anteriormente, de conservar y preservar ese material, ese patrimonio para ser oportunamente expuesto y dado en custodio a lugares, en el caso como éste, donde puedan ser apreciados por nuestra gente, por nuestra comunidad y que vean cuáles eran las herramientas, los medios que tenían para poder subsistir, que no era para nada fácil”.
Ángel Moreira toma aire, mira lejos, ahonda en su pensamiento y agrega para dar cuenta que lo que el agua se llevó, el agua también trae y referencia al potencial termal: “Nosotros en estos días cuando hace unos meses atrás cuando sale el chorro del agua termal decimos que increíble: lo que el agua llevó, el agua trajo. Con eso voy a sintetizar un montón de cosas ¿no? Pero, fue muy triste quedarse en Santa Ana, sobre todo para los jóvenes, un lugar donde no podíamos, no teníamos ni para ir a estudiar. Así que nos tuvimos que ir a Chajarí. Y a partir del año ´84 con el cambio de gobierno, sale la escuela secundaria acá. Y en aquella época 16 chicos que estábamos estudiando en Chajarí, volvimos de vuelta, algunos estaban en primero, otros en segundo, otros en tercero, a iniciar de vuelta para que acá esté la escuela secundaria. A partir de ahí, eso marca un antes y un después, porque a nosotros nos va preparando para hoy, este, la mayoría de aquellos hoy estamos cumpliendo alguna función gubernamental, y es donde empezamos a mirar que teníamos que salir de la adversidad también y que ponerlo a Santa Ana hoy en este contexto. Hoy estamos muy orgullosos, muy orgullosos porque hemos sabido, digamos, darle valor a toda la parte turística. Hemos tomado la decisión de que Santa Ana era un lugar con unas playas, con un espacio, un potencial tremendo turístico y que teníamos que trabajar sobre eso. Así fue, Santa Ana se fue conociendo a través de la provincia y a través del ´boca a boca´, que era uno de los lugares paradisiacos… y también, siguiendo después con este pensamiento, nos dimos cuenta que el inversor iba a venir acá, siempre y cuando nosotros le ofrezcamos turismo todo el año, que no nos servía un turismo de tres meses o cuatro meses. Por eso es que se pensó en el pozo termal. Y gracias a Dios, hoy estamos recibiendo consultas permanentemente de todo lo que sean los inversores que quieren venir acá. Ustedes han visto que este es un lugar extraordinariamente, con 7-8 kilómetros de playa, toda playa potable y bueno, y ahora que estamos trabajando en todo lo que sea el desarrollo de lo que será el parque termal, que también le va a dar un adicional muy importante a Santa Ana”.
Oscar Drewanz suma su testimonio para dar cuenta del orgullo de sentirse de Santa Ana, de saber que este pueblo es su lugar en el mundo: “Yo, sigo eligiendo a Santa Ana para vivir, por supuesto, lo elegiría siempre, le inculqué a mis hijos, a mis tres hijos, el amor por Santa Ana, lo que tenemos es incomparable. Lo elegiría siempre, es mi lugar en el mundo, seguramente me voy a morir acá, porque estoy muy contento. La verdad, en Santa Ana vivimos con mucha paz, con mucha paz, trabajando, laburando como tendría que hacerlo en una ciudad grande, en un pueblo, en donde sea, pero con una tranquilidad hermosa, con buena gente, nos conocemos todos, por supuesto… es un lugar incomparable”.
Un pueblo dos veces sacrificado
Se puede decir que Santa Ana fue dos veces sacrificada: en 1979 cuando se la trasladó y luego cuando se ocultó o no se contó con la misma energía lo que había sacrificado. Inundada primero y silenciada después.
Luis Vago, quien se sabe comprometido con la comunidad aporta: “De 1.800 habitantes la cifra bajó considerablemente y drásticamente a 600, que somos como le decimos nosotros ¿no? ´los que hicieron el aguante´. Con el paso del tiempo, con circunstancia que colaboraron a que Santa Ana, hoy por hoy, sea otro su destino, más que nada apostando a lo que es el turismo, con la llegada de lago, con la conformación de playas de manera natural, hoy nos están brindando la posibilidad de ofrecer algo atractivo, un recurso, un producto a los turistas, a los visitantes. Si bien sabemos que el 80-90 por ciento de la mano de obra nuestra localidad está afectada a lo que es el producto citrícola desde sus primeros trabajos de lo que es el monte cítrico, cosecha, traslado a galpones, el embalaje, el traslado a mercados internos e incluso la exportación, que genera muchísima mano de obra, no solo a nivel local, sino que en gran mayoría también tiene que venir gente de localidades vecinas a cubrir esa esa falencia, ¿no? Y hoy por hoy la cifra nuevamente se ha incrementado de residentes, estamos alrededor de 1.300 habitantes. Esto teniendo en cuenta lo que es planta urbana, suburbana y rural, es un ejido de 11.300 hectáreas. El Municipio se tiene que hacer cargo de una vasta red de caminos rurales para la producción, el mantenimiento con señalética, cartelería, cámaras de seguridad, o sea que realmente Santa Ana hoy por hoy… me vienen por ahí a mi mente… las palabras de un sacerdote de una comunidad vecina. Cuando sucede esto en Santa Ana, todo el mundo, lo veía como algo negativo. En su momento, y muy visionario él dice: ´A Santa Ana le ha caído un rocío celestial´. O sea que, con el paso del tiempo, creo muy proféticas sus palabras, esto se ha cumplido. Hoy por hoy estamos viendo el resurgir de nuestra comunidad, de nuestra gente más que nada con la llegada, el afloramiento del agua termal. El 30 de agosto de este año, realmente, nos hace creer y ser esperanzados en un futuro positivo, que le permita, más que nada a nuestros jóvenes, que puedan quedarse en su lugar de origen”.
Ana María Barrios, destaca lo siguiente para valorar la actual Santa Ana: “Ahora uno se ubica en el tiempo y en el espacio, ¿no es cierto? Dice, sí, teníamos todo aquello hermoso, lindo. Ahora hemos tenido esta posibilidad que también hay que valorar, hay que aprovecharla porque tal vez hubiéramos vivido estancados en el estancamiento de seguir en ese lugar. En cambio, acá no, acá los funcionarios, el señor intendente, se preocupan por mejorar el pueblo, mejorar a la persona que tenga educación, que tenga oficios, que tenga aprendizajes, que sepa desenvolverse, y eso es valorable”.
Oscar Drewanz agrega emocionado: “Teníamos el arroyo y a donde nos íbamos a bañar en todas las siestas … el arroyo Sauce, y teníamos acá a tres kilómetros el río Uruguay, que fue ese que nos inundó, por supuesto, estábamos acá a cuatro kilómetros el río Uruguay. Teníamos el río y el arroyo… donde íbamos a bañarnos siempre más allá que teníamos el río era en el arroyo Sauce… Hermoso… Bueno, incluso recuerdo de una revista Gente en esa época que pasaron imágenes de Santa Ana y decía, el título decía ´Santa Ana, un pueblo destinado a desaparecer´; porque esa era la verdad: estábamos destinados a desaparecer bueno. Pero, hoy esto es realidad distinta”.
Ángel Moreira comparte emocionado una experiencia que le permitió crecer: “El desarraigo es muy terrible. Nosotros, yo personalmente trato, ya no me quiero ni acordar, para ni trasladarle esto a los hijos nuestros, porque si no ellos crecerían también con un resentimiento. Hay que aceptar que esto se tuvo que dar en ese momento, que ahora Santa Ana tiene otro futuro. Ha hecho, le va a quedar otro futuro, y bueno, cosa que nos ha pasado, que a veces la mano del hombre destruye un montón de cosas. Pero, bueno, hoy estamos viendo el futuro, ¿no? Así que es fuerte. Yo trato en lo posible de ni hablar. Tengo una anécdota que se la cuento, que me pasó hace un tiempo atrás. Mi señora, hace 35 años, estamos casados. Ella no es de acá, es de un pueblo vecino, Villa del Rosario. Y ella le apasiona tomar sol: recién volvía de tomar sol. Íbamos siempre, vamos siempre, y yo tenía como costumbre sentarme con los sillones de espalda al lago. Ella interpretó que yo estaba enojado. Esas son las cosas que pasaron, pero bueno, ya está, ya pasó… por ahí no quiero recordar esto porque es fuerte, sí. Y sobre todo uno que amaba el campo, la naturaleza, y es muy, muy triste esto”.
Su esposa le puso en palabras a la emoción y la memoria: “Mi nombre es Susana Inés Canaglia. Vivo en Santa Ana. Quiero compartir este poema, si se puede decir, es un fruto de tanto diálogo y escucha de mi compañero de vida, Horacio Moreira, y bueno decidimos plasmarlo en el papel y bueno paso a compartir.
Cómo no volver
Cómo no volver Santa Ana
Cómo no volver a verte en el espejo de mis recuerdos
Cómo no volver a verte, si las imágenes se agolpan en mi memoria.
Aún puedo correr imaginariamente
tu calle de piedras polvorientas
Correr hasta la estación, colgarme del tren y fantasear
Cómo no volver a Santa Ana
si me encuentro otra a vez en esta esquina
y aun puedo sentir ese olorcito a pan caliente,
y más atrás, más atrás lo mejor…
Si pudieran mis hijos ver ese circo
de trapecios caseros y disfraces sin par,
que solo Amanda y Ñata preparaban sin rezongar
Cómo no volver Santa Ana, si aún puedo llegar al club, bochas fútbol y bailes,
el truco es un pretexto más.
En realidad, reunión de amigos,
y no pueden faltar los cuentos de Juan.
Cómo no volver, si amanece un nuevo día,
el sauce es arena, monte y jornal.
Aníbal arrima sus carros,
que de blanca arena, Tatu y Cachula cargarán
Cómo no volver Santa Ana, si estoy sobre el puente, y por debajo cruza agua
fresca y transparente.
Gurises traviesos que a la siesta se escapan.
Más allá una lavandera… ¿Serafina o Trinidad?
Ropa tendida al sol que impecable quedarán.
Cómo no volver si en la escuela estoy,
palmeras, gorriones, tibio sol.
Y una campana que Alicia hace sonar,
corren palomitas a formar,
Doña Queche espera en el mástil,
con una bandera celeste y blanca,
que cantando vamos a izar.
Cómo no volver Santa Ana,
Si cada mañana al despertar,
veo este gran espejo de agua,
bajo el que yace sumergida,
una infancia muy feliz que jamás podré olvidar.
“Este tema fue dedicado a los hijos de este pueblo que por diversas razones tuvieron que partir buscando un futuro mejor”.
El programa Memoria Frágil: Santa Ana el pueblo que nunca olvidó sus raíces