
Por Luis María Serroels
Especial para ANALISIS
A todo lo mucho, bueno y merecido que se ha expresado en los medios por estas horas sobre la prolífica vida, firmes convicciones y extensísima trayectoria como fuente inagotable en defensa de la cultura y la prensa libre de Mario Alarcón Muñíz, que acaba de fallecer, hemos optado por recodar una columna que publicáramos en este sitio en ocasión de un episodio de barbarie e intolerancia que sufriera y que, lejos de amedrentarlo, le dio más energía a sus postulados. Nuestra indoblegable amistad de muchos años, es hoy un faro que sigue guiándonos en nuestro cotidiano compromiso con la sociedad.
Decíamos entonces: “Entre las contadísimas emisoras comerciales administradas por el Estado nacional que sobrevivieron a la guadaña privatizadora del menemismo noventista, se encuentra la AM LT14 – General Urquiza de Paraná. No es propósito de esta columna hurgar en todos los avatares que ha sufrido en sus casi siete décadas de estar en el aire ni en las aristas particulares que han caracterizado su estilo, su compromiso con la sociedad y su activa presencia en vida y milagros de los habitantes de la capital entrerriana.
Lo que amerita una alusión necesaria y que ha sido casi una constante, es que escasas veces esta radio ha sido conducida por personas idóneas, porque se la llegó a convertir en una suerte de botín de guerra de los distintos gobiernos de turno. Los esfuerzos del personal –a veces aprisionado en causas que no le pertenecían- han ido por un andarivel y la utilización política de su frecuencia se ha manejado por otro, con un equivocado criterio por haberse mezclado sistemáticamente en una misma bolsa Estado, gobierno y partido oficialista. Con el alejamiento forzado del periodista y conductor Mario Alarcón Muñiz, de larguísima experiencia y destacada trayectoria en el ámbito cultural, se le ha asestado un duro golpe no sólo a su dignidad profesional y su derecho bien ganado a desempeñarse en un medio que es de todos, sino también a la potestad del colectivo social de acceder con libertad a aquello que la educa y le colma el alma.
La cofradía de los que pasaron por la vieja casona de la Avenida Rivadavia (hoy con justicia Alameda de la Federación) y debieron irse sin haberlo deseado, es extensa, pero el caso de Mario Alarcón Muñiz puede servir como testigo de la discrecionalidad con que se maneja una emisora y no exclusivamente desde su Dirección, porque las líneas de programación artística habitualmente se han visto sujetas a intereses políticos de turno desde lo más alto y el personal poco y nada ha tenido de injerencia.
Convengamos que Alarcón Muñiz tiene una forma de ejercer su tarea que lo blinda ante cualquier intento de domesticarlo y prueba de ello es que su partida de aquellos medios que debió abandonar bajo argumentos reprochables y maneras descomedidas, ha sido porque el poder político cuando tiene ascendiente en una vía de comunicación oficial o privada, no respeta frenos éticos y pasa por encima de cualquier vallado que aconseje prudencia y respeto republicano. Le sucedió con un matutino próximo a celebrar un siglo de vida de puertas abiertas a la pluralidad de ideas, al darse un giro copernicano en su línea editorial. Y le ocurre ahora con su laureado programa La Calandria -quizás el más escuchado de la región desde el cual ha hecho auténtica docencia- luego de un intento finalmente frustrado por la reacción espontánea de diversos sectores.
Si se tiene en cuenta que este programa no exhibe ningún contenido que no sea la defensa a ultranza de nuestra identidad cultural, específicamente con la difusión generosa de nuestra música nacional y entrerriana en especial, honrando a sus creadores y siendo un canal valiosísimo para el conocimiento de ejecutantes y cantores, está claro que las razones deben hurgarse por otro lado.
No es arriesgado pensar que el haberse dejado de lado al veterano conductor del Festival de Jineteada y Folklore de Diamante, luego de 35 años de presencia hasta quedar inventariado en la esencia y prestigio de este encuentro, respondió a maniobras provenientes de algún desconocido despacho (se habría enterado de este desplante a través de un sitio de Internet, mostrándose una falla en el empleo de buenos modales y una muy escasa diplomacia).
Para aquellos que buscan explicarse la conectividad entre estas medidas absurdas con alguna pertenencia ideológica personal del afectado nunca insertada en su trabajo, debe informárseles que esos motivos podrían buscarse en la columna de libre opinión que publica dominicalmente en un diario de Gualeguaychú y un micro cotidiano en una radio de Victoria. Si su pluma de seis décadas comprometida y corajuda no le resulta regalona al poder, su distanciamiento de LT14 de ninguna manera lo hará declinar en su prédica periodística.
Es muy oportuno aclarar que el profesional de marras no se agota en estos datos que hemos mencionado en lo laboral, porque atesora entre sus cosas más queridas, la distinción de que lo hiciera objeto la Cámara de Diputados de la provincia (2009) por La Calandria, difundido durante 14 años; la declaración de interés provincial de la audición por parte del Senado entrerriano; similares distinciones de la subsecretaría de Cultura provincial (gestión Jorge Busti) y del municipio paranaense (gestión de José Carlos Halle). Pero además le fue otorgado el Premio Santa Clara de Asís por su tarea de difusión de las letras y la historia entrerrianas y el Premio Broad Casting 2000, recibido nada menos que en el Teatro Colón. Con todos estos argumentos es difícil aceptar que el abandono de su labor en Radio General Urquiza haya obedecido a razones de una “reestructuración en la programación”, porque si realmente de ello se tratase, deberían incorporarse más programas de esta valía para darle al pueblo lo que el pueblo requiere para su disfrute y enriquecimiento. Una emisora del Estado no puede dejar fuera de una plantilla artística con sentido nacional y popular, propuestas como la que ahora ha sido retirada.
¿Qué significa reestructurar una programación? ¿Bajo qué premisas revolucionarias en el arte de la comunicación masiva? ¿Supone sancionar porque sí? ¿Sacar del “éter” a uno de los programas culturales más prestigiosos en la misión de preservar y afianzar valores muy caros? ¿O impedir que se esparza el amor por lo mejor de nuestras expresiones vernáculas en una sociedad cada vez más bombardeada por mensajes cargados de xenofilia cultural que es menester contrarrestar?
Por estos días seguramente se podrá presentar un nuevo libro que Alarcón Muñiz le dedicara al Bicentenario de la Villa de la Baxada del Paraná, obra que se sumará a su empeño literario (*). Si existe algo que enlaza tan larga tarea como periodista, escritor, investigador y lúcido conductor de inusual solvencia intelectual, es el compromiso, la pasión y la honestidad que pone en su labor.
Por lo dicho, queda claro que hablamos de alguien que ha dado muchísimo más que lo que sobradamente demostró en La Calandria. Su recorrida por redacciones y estudios de radio y televisión dejó siempre una impronta positiva que muy pocos pueden ostentar. Si en nombre de un progresismo mal concebido se asumen decisiones arbitrarias, siempre quedará tiempo para enmendar el error, algo se logra reanudando el camino y termina ennobleciendo a quien en él incurriera”.
(*) Como gesto de plena generosidad, Mario nos concedió el altísimo honor de ponerle prólogo a ese nuevo hijo editorial. Mario Alarcón Muñíz no murió para irse sino para quedarse definitivamente en nuestra memoria.