Los datos de una mejora en los porcentuales de la tasa de mortalidad infantil siguen siendo insuficientes ante la rotunda noticia de una muerte más. El tema se reinstala, conmueve, golpea, pero no lo necesario como para imponer una política sanitaria que, alejada del clientelismo político, revierta el proceso de deterioro en la calidad de vida de cientos de humildes entrerrianos. Días pasados la noticia sacudía: una nena de 12 años, oriunda de Nogoyá, murió tras permanecer internada en el Hospital San Roque de Paraná. El parte indicaba que la muerte se produjo como consecuencia de “una patología de base; parálisis cerebral, agravada con un cuadro de deshidratación y bajo peso”, y como si fuera un dato ilustrativo, añadía que la pequeña provenía de una familia numerosa de escasos recursos que vivía en la zona rural. La realidad de las muertes por desnutrición no es casualidad, ni un hecho fortuito, es la expresión de un sistema sanitario que no logra pararse sobre el eje de la prevención y captar a los sectores más vulnerables en zonas de riesgo.