Lo que a esta altura del calendario está en juego en los saludos de rigor –“que el año que viene sea mejor para todos”, “que por lo menos sea igual”– es una comparación entre el pasado y el futuro. Se conjugan, con saldos variados, balances y expectativas. Dos mil catorce será exactamente eso: un inventario de lo que ha dejado en la Argentina este ciclo político que agoniza puesto en relación con lo que colectivamente se aspira para el porvenir. Esa idea –el inolvidable “estamos mal pero vamos bien” no era otra cosa que la puesta en palabras de esa relación– admite varias alternativas. Para el universo progresista, el peor cóctel sería la convicción de que a un izquierdismo de mentira le sucederá, con el recambio institucional, un conservadurismo de verdad. La mejor, en cambio, podría ser que al reformismo actual le seguirá, continuidad política mediante, la profundización del modelo. A su vez, los conservadores podrán considerar todas las variantes en juego al cotejar el presente kirchnerista con los futuros eventuales. En todo caso, el derechazo es una alternativa muy seria ante el ecléctico oficialismo: la amenaza de una restauración neoliberal no constituye una fija pero es una hipótesis firme. Algunas postales de fin de año, con sus anticipos para el que viene, dan una pauta de ello. Ocurre que las posiciones moderadas, o directamente conservadoras, se atrincheran en mayor o menor medida en el massismo, en el macrismo, en Unen y en el propio gobierno. ¿Es que doce años de kirchnerismo sólo pueden reabrirle la puerta al pasado?