A pocos minutos de amanecer, dos jóvenes amigos, transitoriamente empleados del Consejo General de Educación (CGE), uno como contratado y el otro como personal pasante, ingresan al palacio administrativo como cualquier otro día normal, al igual que la numerosa cantidad de personas que concurren al edificio a comenzar su tarea diaria. Esta vez, a su paso, se encuentran con una neblina de volantes anónimos que caen desde el último piso por el vacío de las escaleras y se estacionan adecuadamente sobre los pasillos y ascensores para que puedan ser observados por todos los transeúntes. Su ingenua curiosidad los obliga a levantar, en principio, uno de ellos para realizar una grácil y sutil lectura, pero con el correr del tiempo los inunda la preocupación por su contenido, el temor de que alguien los haya visto y el miedo por enfrentarse luego a sus superiores, más grave aún si estos llegaran a saber que ellos pusieron especial atención a la denuncia anónima.