Hace 14 años que me persiguen las palabras que el periodista Guillermo Alfieri dijo en la primera clase del Taller de Redacción del primer año de la carrera de Comunicación Social: aquella mañana afirmó que quien no supiera que el dólar había llegado a cuatro pesos, se equivocó de carrera. O sea, estar al tanto de lo que sucede. Zafé. Después enumeró las preguntas que debe responder cada artículo periodístico digno (qué, quién, cuándo, dónde, cómo, porqué, para qué), y terminó por decir que el periodismo nunca será un oficio aburrido, o algo así como que no existe una rutina monótona que nos haga empleados de oficina. Esto me gustó, pero a su vez me parece que es lo que hoy está en crisis. Las circunstancias hacen que el periodismo sea, hoy más que nunca, correr atrás de lo último, y en ocasiones hacer que esto parezca impactante. Los hechos extraordinarios son justamente eso, no suceden todos los días, pero aun así, cuando pasan no tardan en ser aplastados por la nueva novedad para que el lector no se nos vaya, y todo lo que se pueda seguir diciendo, informando, analizando, debatiendo sobre ese tema queda de lado por viejo. Entonces, lo que hacemos para no aburrir al lector, termina por aburrir al periodismo: aunque todos los días todos los hechos sean distintos, la fugacidad de la información hace que el trabajo sea lo mismo que rotular sobres en un despacho hasta morir.