Kirchner

Transcurría 2006 y una redacción era el escenario de la discusión. Néstor Kirchner promediaba su tercer año de mandato y ya entonces dividía aguas. En ese ámbito de trabajo, la mayoría era peronista o afín al peronismo. Sin embargo, la mayoría era antikirchnerista: renegaba abiertamente de él. Curiosamente, en el amable debate, Kirchner era defendido por quienes no simpatizaban con el justicialismo: que la renovación de la Corte Suprema, que los juicios a los represores de la dictadura, que la recuperación de la autoridad estatal, que… Nada. Los peronistas se mostraban reactivos a todo argumento. Eran claramente antikirchneristas. No era, en realidad, un antikirchnerismo ferviente. No era un antikirchnerismo militante. Era una especie de actitud resignada. Era un peronismo pasivo, tan pasivo como el que mal que mal toleró a Carlos Menem sin romper. Las diferencias o las similitudes con Menem eran, precisamente, una de las vertientes de la polémica. Los que en aquella redacción reivindicaban a Kirchner afirmaban que una cosa era incomparable con la otra. Que constituía un agravio, poco menos, postular que Kirchner era parecido a Menem. Los antikirchneristas doblaban la apuesta: Kirchner era, en todos los aspectos, mil veces peor. Cada uno anda, hoy, por su lado. Algunos de aquellos antikirchneristas son ahora influyentes hombres del poder. Les va bien.